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domingo, 10 de agosto de 2008

Ojo Crítico

politólogo

Los subterfugios de los políticos cuando quieren saltarse la ley y los controles solo engañan a los que quieren ser engañados. Abundan los ejemplos en que los cuentos se evidenciaron y por eso ya llegó la hora de decirles alto a las imposturas.

Un caso de esa mezcla de cuentos totales, verdades a medias y exageraciones terroríficas, es el apocalíptico anuncio que sobre la deuda interna se hizo en la casa de don Óscar, del que salió la supuesta salvadora, idea de vender las empresas e instituciones más rentables del Estado. Aunque a muchos se les embaucó con el cuento, el tiempo bastó para mostrar que era una manipulación más, pero que resultó costosa. La habilidosa triquiñuela se tragó al gobierno de don Abel, que se empantanó en un proyecto de reforma fiscal que nos salvaría del Armagedón.

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Con desprecio a la inteligencia ajena y exaltación de la propia, se quiere legitimar que el BCIE reciba y gaste, según indique el Ministro, los millones de dólares donados a Costa Rica y que, por cierto, no lo fueron a los hermanos Arias. Nadie –ni la Contraloría, ni la Fiscalía, ni la Asamblea y menos los ciudadanos– podrá exigir cuentas y responsabilidades. Declarados privados y con la sumisa obediencia del BCIE, el Ministro decidirá, sin rendirle cuentas a nadie, a quiénes, en qué, para qué, cómo y cuánto se gastará.

Esos gastos ¿se liquidan? Esos informes, trabajos y servicios ¿cuáles son, dónde están, ante quién se rinden y quién los evalúa? ¿Cómo garantizar que no son pagos clientelistas y canongías para parientes, amigos y mandaderos? El Estado ¿tiene dos patrimonios: uno que se controla y rinde cuentas, y otro del Presidente y su hermano, que no le rinde cuentas a nadie? ¿Esta es una República o una republiqueta? Suerte que la donación fue de cinco millones. ¿Qué tal si Bill Gates nos dona mil millones?

El BCIE aparece como un instrumento del clientelismo político a nivel regional. Y para Costa Rica significa el nacimiento ya no de un Estado paralelo, sino de uno al servicio de dos personas en la presidencia. Mientras que por iguales razones Zumbado renunció y Ortuño quedó inmpune –aunque en contradicción con el Ministro–, este, cogestor del engendro, anuncia con desparpajo que, si no lo paran, seguirá en las mismas. Y con diputados-bastón, o una Ultra presidencial, pues, tras de renco, lo están empujando.

Por ello la Contraloría, ante una práctica gubernamental y un rumbo institucional tan nefastos y peligrosos, enfrenta un momento crucial y decisivo de su existencia. Según lo permita o no, se pare en seco o se doblegue, así resolverá este su histórico dilema de Hamlet:to be o not to be .

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