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sábado, 9 de agosto de 2008

Costa Rica: Al César lo que es del César.

Es tal la velocidad y frecuencia con que nos informan los medios de comunicación acerca de actos delictivos o cuasi delictivos de todos aquellos que se encuentran en la cima del poder, sea éste el gobierno, las organizaciones religiosas e incluso las empresas, sin dejar de lado organizaciones deportivas, fundaciones y asociaciones creadas para desviar la atención de las autoridades competentes sobre los manejos obscuros que hacen de fondos públicos, que poco a poco vamos perdiendo la capacidad de asombrarnos ante tanta perversidad.

Hoy son ministros con su pléyade de organizaciones paralelas a su función pública y la utilización (que no me digan que inocente) de un organismo internacional para el uso discrecional de los fondos, por lo general favoreciendo a las camarillas que -como moscas alrededor de los detritus- pululan alrededor de los altos cargos políticos, y lo que es peor, nos enteramos por las investigaciones periodísticas que ello ha sido práctica común en los gobiernos anteriores, con fondos de donaciones provenientes de otras fuente similares.

Ayer, la jerarquía católica con sus juegos financieros al margen de la ley, el manejo de asociaciones deportivas que incumplen las disposiciones legales al no pagar las cuotas obligatorias a la Caja Costarricense del Seguro Social, por montos varias veces millonarios, y así mil ejemplos más. ¡Son tantos que pierde uno la cuenta y de ello se aprovechan los tentáculos de la corrupción, para aprovechar resquicios legales, prescripciones y la misma indolencia culpable del Poder Judicial!

Por ejemplo: el silencio más absoluto que se creó ante el reclamo que se hiciera al Gobierno de la República y sus corifeos, acerca de los fondos utilizados en la campaña varias veces millonaria en favor del Tratado de Libre Comercio, sin que nadie volviera a mencionar este tema. ¡Somos los costarricenses el epítome de lo que llamamos “clavos pasados”! Y cuando suceden hechos como las renuncias de un vicepresidente, por torpeza política, y de un ministro, por soberbia inusitada, nos quedamos pensando.

¿Qué sabía el señor Presidente de la República de todo ello? No somos tan tontos como para tragarnos la rueda de molino que nos quieren recetar, diciéndonos que él no estaba enterado de nada de los malos manejos en el Ministerio de la Presidencia (a cargo de su hermano) y el Ministerio de la Vivienda (a cargo de uno de sus más cercanos amigos).

¡Viva la dictadura en democracia! según su propia frase.

Hoy quiero referirme a dos de los casos: el de los manejos financieros de la Conferencia Episcopal, y el de los manejos de fondos por los más cercanos colaboradores del Presidente de la República.

Pero antes de ello, citar un párrafo del papa Juan Pablo II, del 1 de Enero de 1988: la corrupción es difícil de combatir, porque adopta muchas formas diferentes: cuando se le ha suprimido de un área, brota en otra. Se necesita valor sólo para denunciarla. Para eliminarla, junto con la resuelta determinación de las autoridades, se necesita el generoso apoyo de los ciudadanos, sostenido por una firme conciencia moral.

En primer lugar debemos reconocer que la historia de la hipocresía humana cubre todas las actuaciones posibles imaginables. Por ejemplo: hemos creado y fomentado una sociedad donde el sexo desenfrenado, la violencia, el poder, la humillación del otro son lo que vemos cada día. Nuestros programas de radio cuanto más soeces y vulgares son, más audiencia tienen. Nuestra televisión la principal oferta que tiene es la de programas banales, faltos de contenido y educación, degradantes de la persona humana. Muchos de ellos son un atentado a la inteligencia. Las videoconsolas de nuestros niños están llenas de programas violentos. El héroe es el que da las bofetadas más fuertes y asesina más personas. Y mientras tanto creemos que podremos silenciar nuestras conciencias a través de la creación de imágenes sociales o religiosas cercanas a nosotros, mientras los políticos depredan los bienes públicos y las iglesias, todas, continúan acumulando riquezas inmensas.

Este es el escenario en donde se desarrollan estos sainetes tragicómicos como los que han ocupado a los medios de comunicación, los cuales presenciamos con una mezcla de indignación, dolor y estupefacción, pero sobre todo con una sensación de impotencia deprimente. Y por ello, las noticias acerca del manejo de fondos del Gobierno y de la Conferencia Episcopal, son parte del todo.

Con relación al escándalo de la Conferencia Episcopal valdría la pena recordar los escándalos del Vaticano. En septiembre de 1978, elegido Albino Luciani como Papa, con el nombre de Juan Pablo I, siendo un hombre de integridad comprobada, honesto y absolutamente incorruptible, que creía en la pobreza evangélica y que se había dedicado a erigir una iglesia pobre para los pobres siendo Patriarca de Venecia, se encontró de pronto convertido en la cabeza de una descomunal corporación multinacional.

Como muestra de ese poderío económico veamos un solo ejemplo que no contempla otros ingresos: la Administración del Patrimonio de la Santa Sede poseía dos secciones; la llamada sección ordinaria administraba la riqueza de las congregaciones, los tribunales y los oficios eclesiásticos y estaba a cargo de un vasto imperio de propiedades inmobiliarias pertenecientes al pontificado (solamente en Roma poseía más de 5.000 apartamentos de alquiler) estimándose el importe bruto de dichas posesiones en 1979 en unos 1,000 millones de dólares. La sección extraordinaria mantenía en esas fechas un activo sistema de especulación bursátil, especializada en el mercado de divisas que trabajaba en íntima colaboración con el Credit Suisse y con la Societé de Banque Suisse, y su liquidez en ese momento se calculaba en unos 1.200 millones de dólares. Por otro lado el Instituto para las Obras Religiosas (conocido como el Banco del Vaticano) y dirigido por el arzobispo Marcinkus, tenía fondos por otros 1.000 millones de dólares.

Estas riquezas fabulosas del Vaticano en 1979, que ahora serían a valor presente (y lo son) mucho mayores, en nada tenían que ver con la “pobreza evangélica” predicada por el carpintero de Galilea que decía “benditos sean los pobres”, y mucho menos los vínculos comprobados en esa época con la mafia siciliana y neoyorkina, las evasiones impositivas y el blanqueo de capitales comprobado a través de los bancos en que poseía participaciones mayoritarias en Italia y Suiza, y canalizados luego hacia Alemania y los Estados Unidos. Así como a través de las empresas fantasma que poseía en Panamá.

Y como lo que es bueno para el ganso es bueno para la gansa, encontramos que de hecho, las riquezas de la Iglesia Católica Apostólica y Romana en Costa Rica, como ya se ha comprobado pero que los medios de comunicación colectiva tratan extrañamente de ocultar, son enormes en proporción al país. Sus inversiones accionarias en la Florida Ice and Farm Co. (dueña de la fábrica de cervezas), y sus inversiones líquidas en bolsa de valores a través de Sama, la agencia de corredores de bolsa de la que son accionistas importantes, superan los miles de millones de colones según los últimos informes periodísticos.

Y al salir a la luz pública toda la actuación delictiva del manejo de fondos por la Conferencia Episcopal, ¡no podemos llamarla con otro nombre! resulta que los señores obispos nada sabían, al igual que el presidente de la república en los otros casos. ¿O es que nos creen tontos? Porque si fuera cierto, demostraría en todos ellos una incapacidad asombrosa para el manejo de sus respectivas organizaciones.

Cada quien tiene derecho a creer en lo que le parezca mejor, de ello no hay duda ni es motivo de discusión excepto para los cortos de entendederas, pero lo que no podemos aceptar es la hipocresía de asumir una postura de defensa de los más pobres y más necesitados mientras se acumulan enormes riquezas que bien podrían utilizarse, como planeaba hacer Albino Luciani –Juan Pablo I- , a favor de los pobres del mundo. O hablar de democracia y de combate a la pobreza cuando se utilizan fondos para beneficiar camarillas políticas y amiguetes. ¡Y quién sabe cuánta podredumbre más habrá que no hemos conocido todavía!

¡Gracias a Dios, por un lado, que el mensaje del carpintero de Galilea está por encima de las miserias humanas, y por ello la fe de quienes le siguen no para mientes en cosas como las anteriormente descritas! Sabemos de sobra que una de las miserias humanas más tristes es la hipocresía que tiñe muchas de las actuaciones de los poderosos. Sobre todo cuando se enaltece la pobreza con una retórica vacua y se vive como príncipes.

De igual forma, los que creemos en la democracia, en la participación ciudadana, y en la integridad de la función pública con una rendición de cuentas transparente, no nos dejamos arredrar por las alambicadas y espurias explicaciones de ministros y otros funcionarios por el uso delictivo o por lo menos inmoral de fondos, canalizándolos hacia sus corifeos, parientes y aliados políticos.

AUDIO AQUI