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lunes, 18 de agosto de 2008

El agua no es un bien libre

Juan Manuel Villasuso
Hace varios años, cuando inicié los estudios de economía en la Universidad de Costa Rica, en una de las primeras lecciones el profesor nos explicó la diferencia entre los “bienes económicos” y los “bienes libres”.
Los primeros eran aquellos cuya obtención suponía un esfuerzo, eran escasos con relación a la demanda y se transaban en el mercado pagando un precio. Los bienes libres, en cambio, aunque podían satisfacer necesidades esenciales, eran abundantes y por lo tanto se adquirían gratuitamente. El ejemplo utilizado para caracterizar los bienes libres era el agua, que se conseguía de la lluvia o de los ríos sin ningún costo.
No cabe duda de que esa concepción del agua como bien libre, en cantidades casi ilimitadas y disponible para cualquiera que la necesitara, era una visión errónea que evidenciaba falta de comprensión sobre la realidad de este recursos natural.
Lo cierto es que la calidad y accesibilidad del agua suscita grandes problemas de carestía. El 97,5% del agua de la Tierra está compuesto por agua salada y solamente el 2,5 % es agua dulce. La mayoría está en polos y glaciares, y resta solo un 0,02% de agua superficial y un 0,4% en aguas subterráneas. Por lo tanto, no es la cantidad sino la calidad y accesibilidad del agua la que plantea la cuestión de la escasez económica.
Las noticias sobre el agua en el mundo son perturbadoras. El consumo mundial de agua potable se multiplicó por seis en el último siglo, más del doble de la tasa de crecimiento de la población; y se estima que dos de cada tres personas en el planeta sufrirán carencias de agua en 2025.
Dos tercios de las ciudades chinas enfrentan privaciones de agua. Nueva Delhi agotará sus reservas subterráneas para 2015. En Eritrea más de 1,5 millones de personas fueron desplazadas por falta de agua. En Etiopía, gran parte de la población depende de la ayuda alimentaria, pues ha perdido su ganado y cultivos por las sequías
La agricultura intensiva en fertilizantes ha provocado una fuerte contaminación de las aguas subterráneas por nitratos; y las aguas superficiales también se deterioran debido a los vertidos de la industria. Esto hace que la fuente de vida que es el agua se convierta en un agente letal, al transmitir todo tipo de enfermedades infecciosas.
En algunas regiones el agua está tan contaminada que ya no puede ser utilizada, ni siquiera con fines industriales. Las causas son múltiples: efluentes no tratados, desechos químicos, escapes de hidrocarburos, abandono de basuras, infiltración en los suelos de productos tóxicos, etc. Se estima que en los países subdesarrollados el 90% de las aguas servidas se liberan sin haber sido objeto de ningún tipo de tratamiento.
En el futuro la demanda de agua continuará aumentando, consecuencia de la urbanización, los estilos de vida, las infraestructuras turísticas y el desperdicio. Esto provocará una mayor competencia entre los distintos tipos de usuarios.
Esta situación plantea interrogantes de carácter técnico, económico y ético. A los problemas de abastecimiento y calidad que atañen a los especialistas, se suma la dimensión económica, que para algunos es un asunto de oferta y demanda.
Pero el agua no puede analizarse como cualquier bien económico o mercancía que se negocia en el mercado. El agua es esencial para la vida y constituye un derecho fundamental de los seres humanos. Es por ello que su uso y distribución debe enfocarse desde una dimensión ética y no desde la concepción economicista. Sobre esto profundizaremos la próxima semana.

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