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jueves, 12 de febrero de 2009

Crisis económica, financiera y ética

Julio Suñol

Vivimos la peor crisis económica y financiera de los últimos ochenta años. Nada menos que ocho décadas. Incluyamos también la profunda crisis moral y ética como compañera de este despeñadero. La crisis ética no es de hoy, porque en Costa Rica vino tomando cuerpo y consolidándose a través de los últimos 35 años. Y cada año con mayor descaro y profundidad.

Quiebran bancos, industrias, comercios y esperanzas. Millones de empleados, obreros, ejecutivos, profesionales y misceláneos están siendo lanzados a la calle—alrededor del globo-- porque las empresas se quedaron sin liquidez y los bancos ni siquiera tienen confianza mutua para prestarse entre ellos. Sus razones tendrán.

Se ignora adónde han ido a parar miles de millones de dólares dispensados a institutos crediticios norteamericanos. Los mismos cuyos jefes se distribuyeron a fines del 2008 enormes tajadas de dineros recibidos bajo el nombre de “bonificaciones”. Sumaron $20.000 millones. Esto provocó la legítima reacción condenatoria del presidente Obama. El mandatario busca ahora que ningún ejecutivo gane más de $500.000 al año. Con esto podemos suponer lo que antes vinieron embolsándose.

Lo increíble es que cuando empezó a desarrollarse esta profunda crisis sin precedentes, hubo reconocidos dirigentes de varias naciones latinoamericanas (incluyendo a algunos de Costa Rica) quienes juraron y perjuraron que esta peste no llegaría a sus tierras. Pero aquí la tenemos hoy, cuando tardíamente se dan los primeros pasos (todavía insuficientes y, por lo menos uno, injusto) a fin de confrontar los males provocados por otros. Matar al inocente y hacerlo sin piedad.

Y decimos injusto, porque ahora, y no solo aquí, se quiere hacer pagar a los trabajadores una sustancial cuota de los daños no causados por ellos. Y eso sucedería si se acepta la “flexibilidad laboral”, la cual no es otra cosa que pedirles que laboren una jornada reducida mas ganando la mitad. Y esto cuando la inflación llegó al 14% y el costo de vida se halla por las nubes. Baste decir que Costa Rica hoy es más cara que Miami. No vemos --por ello--, ningún criterio racional para pedir este sacrificio a quienes menos tienen y más necesitan, en tiempos en que el hambre asoma, la desocupación aumenta y los salarios no se sincronizan con la inflación.

Lo que produce cierta relativa tranquilidad, es el conocimiento de que esta pretendida medida necesitaría de proyectos de ley para modificar normas del Código del Trabajo y eventualmente de la Constitución Política. Quisiéramos ver qué partidos, diputados y políticos se atreverían a este despropósito. Y mucho menos a un año de las elecciones cuatrienales.

Si somos patriotas y de verdad estamos preocupados por el destino nacional, las cargas debemos llevarlas todos y en proporción a las capacidades económicas de cada sector. No es cuestión de que --como otras veces-- nos recostemos en quienes poco tienen.

Podríamos obligarnos a declarar un estado de emergencia nacional y lograr así que las poderosas instituciones financieras, nacionales y extranjeras, aporten –antes de la urgente reforma tributaria- un poco más de sus enormes ganancias a fin de paliar la crisis; lo mismo debería pensarse para que las firmas comerciales e industriales de mayor solvencia, se unan con desprendimiento al fin de reciprocar a la sociedad que les ha deparado amplias oportunidades de desarrollo y progreso. Y por esta vía, fomentar un estado de ánimo estatal, que conduzca a la sobriedad en el gasto público, con altos burócratas sin partidas de representación y sin que los empleados rasos violen sus deberes de cumplir sin excusas con su jornada diaria, todo dentro de un estricto marco ético, no impuesto, sino naturalmente aceptado.


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