•Estadio en La Sabana
Monumento a la arbitrariedad e ignorancia
Juan José Sobrado Ch.
El nuevo estadio de la administración Arias en la Sabana es un monumento a todo lo que no se debe hacer, y sería un recordatorio indeleble de la mala gestión de don Oscar en este gobierno.
Teniendo a su disposición como propiedad del gobierno tres sitios mucho mejores, insiste por capricho imperial en hacerlo ahí, contra las normas de la Organización Mundial de la Salud, que establecen que para resguardar la salud, los habitantes de las áreas urbanas han de contar cuando menos con 10 metros de parque por habitante, lo que hace que la Sabana sea apenas un 2.66% de lo necesario, mísera porción existente que se arruinaría. Por eso la Sala IV dijo que el estadio debía hacerse en la misma área del anterior, ni un metro más. El proyecto, desafiando la orden y la salud pública, la duplica e invade el parque por el norte y por el sur, según el plano –en chino y en inglés, no en español- presentado a Setena.
Al hacerlo, lo que es peor, pone en riesgo la vida de los 35.000 aficionados en caso de terremoto, ya que, al invadir más terreno al sur, se acerca o queda encima de la antigua y caudalosa acequia Las Arias, ahora enterrada, que alimentaba el antiguo laguito en el suroeste a principios del siglo pasado y que, en caso de sismo fuerte, su subterráneo y endeble cauce podría romperse, y entonces el agua suelta haría colapsar todo lo que esté arriba. No hay nada más destructor que el agua, como el reciente terremoto de Cinchona lo demostró.
El propio endeble e insuficiente estudio geológico presentado a Setena –que ignora la existencia de este río subterráneo-, lo acepta sin saberlo, porque establece correctamente, y respecto del problema que se dirá, que “los suelos del sitio son fácilmente erosionables cuando se exponen a flujos turbulentos de agua por escorrentías mal controladas. De darse problemas por fugas en los sistemas de alcantarillado pueden darse socavamientos del subsuelo y afectar a largo plazo las cimentaciones de las obras.”
Ausencia del estudio correspondiente. La escorrentía, esta vez superficial, y el flujo turbulento ya existen, sin que el alcantarillado pluvial la pueda controlar, porque, al quitar la vegetación que actuaba de esponja, todo el agua llovida en aguaceros fuertes –como lo experimentamos los vecinos en el invierno pasado– se tira afuera y convierte el bulevar en un río que tapa todo el pavimento y llega hasta los motores de los vehículos. Este flujo inmenso el alcantarillado pluvial no lo puede manejar, porque no tiene capacidad para eso.
Por si lo anterior no fuese suficiente, los estadios, al igual que todos los sitios de reunión pública masiva o de alto interés público, están en la categoría 4 del Código Sísmico, que exige protección absoluta en caso de sismo, lo que requiere un estudio de geotecnia profunda, que no se ha hecho, tal como consta en el expediente de Setena, porque solo se hizo el correspondiente a las tres primeras categorías.
A diferencia de las otras categorías, los edificios de la categoría 4 en caso de sismo muy fuerte, no solo no deben colapsar, sino que tampoco deben sufrir daños estructurales. Primero se hace dicho estudio, y luego se diseña la estructura como traje a la medida, lo que no se ha hecho. Por el contrario, los chinos diseñaron la estructura en Pekin, ignorando tanto el subsuelo profundo como el río subterráneo, el río superficial de las escorrentías y la incapacidad del desagüe pluvial.
El diseño estructural, aún con tales defectos, que a priori lo descartan, tampoco ha sido revisado por grupos especializados de ingenieros o del Colegio de Ingenieros, adonde no lo han ni presentado. No obstante ya quieren empezar con la obra, pese a que el desastre de Sichuán, el 12 de mayo del año pasado, con sus 75.000 muertos, el tercero más letal en la historia de China, es mala recomendación para los diseñadores chinos, que además conocen otros subsuelos, no éste de suelos volcánicos nuevos y eruptivos, que apenas emergieron del mar hace 8 millones de años, contra los miles de millones del continente chino, parte del Pangea original.
La terrible irresponsabilidad e ignorancia del gobierno y la incuria de Setena en perjuicio del país no conocen límites y, tal como en el caso anterior, son patentes en este otro. Según lo denunció el Colegio de Ingenieros y lo publicó La Nación, en un muestreo de las construcciones para turistas en la costa de Guanacaste, casi la mitad de las construcciones se hacían sin requisitos sísmicos y con mezclas malas, y además destrozando cerros (invitación a deslaves y deslizamientos), gracias a que el gobierno central lo propicia todo con sus decretos irresponsables y con hacerse de la vista gorda.
El inmenso déficit en la balanza de pagos ($5700 millones de dólares o 19% del PIB) apenas se llena con los ingresos de divisas por turismo extranjero y de la inversión extranjera, asociada mayoritariamente al turismo (compra de tierras y hechura de proyectos), y todo esto se extinguiría, con la consiguiente quiebra del país, si ocurre una tragedia en que mueran turistas como resultado de tan patente e ignorante irresponsabilidad.
Tragedia inevitable si no se frena de inmediato este horror “desarrollista” en Guanacaste, así como el del estadio, porque la fosa mesoamericana de subducción de placas tectónicas, a no mucha distancia de la costa, puede producir terremotos centenares de veces más potentes que el de Cinchona, según lo han dicho públicamente los sismólogos. Ese “Big One” de Nicoya ya se viene, porque, signo premonitorio, la tierra está bajando y el mar se está metiendo, en el eterno subibaja cíclico de estos terremotos.
Disposiciones y normas burladas. Mientras don Oscar, burlándose de todos, y en primer lugar de los chinos sus vecinos de enfrente, y de los aficionados al futbol, a quienes expone a la muerte, huye del problema para refugiarse en su palaciego (1500 metros cuadrados de construcción) nido de amor en las montañas de Escazú.
En segundo lugar, burlándose de lo dispuesto por la Sala Constitucional, en la sentencia del estadio, en protección de la salud del millón y medio de habitantes de la Metrópoli, porque : a) la Sala ordenó que de previo a la construcción se hiciese un Estudio de Impacto Ambiental (EIA), lo que requiere un estudio a fondo que hubiese sacado a la luz todos los impedimentos, y en su lugar ordenó a Woodbridge y todos sus incondicionales en Setena que lo tramitase como PGA, o sea, un estudio superficial y muy disminuido, tal como el que se utiliza cuando se va a construir un gallinero; b) de esta forma, considerando los aficionados al futbol como si fuesen gallinas, pudo evadir el estudio de geotecnia profunda, la revisión minuciosa de los planos, el conocimiento de los cauces subterráneos y de la escorrentía del agua llovida, minadores de las fundaciones, las reglas de la OMS sobre la salud y de la FIFA sobre nuevos estadios; c) la limitación tajante impuesta por la Sala de que no se podían salir ni un metro del área ocupada por el antiguo estadio, ya que no obstante lo hacen en más del doble, según se explicó.
Pero además, se burla y evade las reglas del otro Vaticano en la materia, la FIFA, y sus normas para estadios nuevos en función de la seguridad y comodidad de los aficionados y en protección del ambiente. Disponen en primer lugar que han de ubicarse fuera de las áreas urbanas –posibilidad a la mano del gobierno en tres lugares diferentes ya de su propiedad– para que el transporte de los aficionados pueda estacionarse con seguridad en la propia área del estadio, y para que los inevitables ruidos, luces y otras repercusiones no afecten a la población inmediata.
Todas y cada una de esas reglas se violan, por lo que nunca podría calificar para torneos FIFA. Por el contrario, en el sitio ideal, frente al Cariari y entre la autopista a Alajuela y el Cenada, en terreno de más de cincuenta hectáreas solo para estadio, sí lo haría y sería una fuente de ingresos para el país.
Ni el suscrito ni don Guido Sáenz nos oponemos, ni nos opusimos nunca, a que se construyese el estadio, sino a que se hiciese así. Pedimos que se hiciese donde y como se debe hacer, en protección en primer lugar de la salud pública y de las vidas de los aficionados.