Las mentiras y manipulaciones sobre los dineros de Taiwán y del BCIE; la negativa a darle a la prensa la información pedida; el bache entre lo que se dice y se hace al retardar el envío de documentación a la Contraloría y la Comisión Legislativa; la repugnante complicidad del PLUSC; la calificación de “ignorantes, gentes de mala fe o desinformados” del Presidente contra quienes discrepan de él, son solo efluvios de la descomposición ética y política del régimen presidencialista.
Todo esto es político y ético, más que penal. Por eso, como señaló el diputado Mario Quirós, no hay que precipitarlo a la Fiscalía. La judicialización de la política ha terminado poniéndola en manos de tinterillos y marrulleros y girando en torno a recursos de amparo y problemas de procedimiento. De allí que se necesite tanto una reforma moral como una política. Y pronto, porque al pueblo se le está acostumbrando al cinismo, a los montajes encubridores y a un autocratismo plutocrático.
La mayoría calificada en la Asamblea solo fue para el TLC. En lo demás, el Ejecutivo mostró carecer de un norte claro, coherente y bien negociado. No solo falló al tramitar las leyes de implementación, sino que navega sin rumbo y compás. La crisis petrolera mostró imprevisión, mala conducción política, exceso de ocurrencias y ausencia de programas.
Sin partidos organizados y funcionales, la fracción oficial y sus apéndices se agotan complaciendo la voluntad de un Presidente semiausente y que pendula entre el capricho y el desgano. De ahí que hasta sorprenda bien verlo, después de dos años de Gobierno, reuniéndose por primera vez con los jefes de fracción, aunque todavía sin superar el abismo creado por él con el principal jefe de la oposición.
Hoy el tema no es la sucesión presidencial, ni los candidatos que el Presidente propone cada cierto tiempo, precipitando en mala hora la campaña electoral. La lucha real es por el poder y por ver cuáles grupos fácticos lo controlarán. La Presidencia es solo otro actor, y pequeño. Arias no puede decir si es el amo del deteriorado sistema que lo hizo presidente o, más bien, su prisionero. Por eso puede alejar a Zumbado y tirar a Berrocal a los gatos; pero Ortuño le es intocable.
Para lograr la viabilidad partidaria se necesita una Asamblea fuerte. Hoy lo que domina es el Ejecutivo, pero notoriamente débil. Esto hace del Legislativo un reñidero y un paraíso para amañadores; y que ese poder funcione más como una válvula de seguridad que como un motor para la democracia. Por eso, cuando se llama a la unidad nacional, hay que preguntar: ¿para qué? Pues, para seguir en lo que estamos y ocultando lo inconfesable, sería para traicionar la democracia.
(La Nación)