Encarcelar a los emigrantes
Luis Alberto Muñoz
lmunoz@larepublica.net
Costa Rica ha visto de cerca el rostro del emigrante, desplazado por la violencia, inestabilidad política, falta de oportunidades, es decir por la opresión.
Personas que buscan esperanzas para su familia, tratando de demostrar que su aporte puede ser valioso para otro país distinto al que las vio nacer.
Existen excepciones, minorías que intentan abusar de la mano amiga que se extiende en ayuda o simplemente que se han acostumbrado a vivir en contra de los demás sin importar el lugar donde estén.
Hoy no deseo escribir sobre ellos, sino sobre los otros, los que brindan su esfuerzo día a día, en la construcción, en el campo, en los hogares, de quienes se menciona poco o casi nada y el mundo los quiere ver como “criminales”.
Ser emigrante no es grato, es una condición que pocos desean, más bien un apelativo que crea distancia y segregación hacia otros seres humanos que al igual que nosotros no escogieron donde nacer.
Pero, en el mundo de hoy, el desequilibrio entre países ricos y pobres se agrava, por lo que crece la migración de lugares menos favorecidos en busca de mejores condiciones de vida.
En la Unión Europea, recién se aprobó una ley que permite a los Estados miembros encarcelar hasta por 18 meses a los emigrantes “ilegales”, que se calcula rondan actualmente los 8 millones.
Europa parece dar pasos hacia atrás, al menos desde el punto de vista de una sociedad que pretende alcanzar un estadio cultural de una sociedad avanzada en un sentido más humano, más amplio y solidario. Encarcelar a los emigrantes “sin papeles”, es un insulto y una bofetada a la civilización.
El temor y la presión que reciben los europeos por las migraciones de musulmanes de Africa han llevado al Viejo Continente a criminalizar una conducta que se practica desde los orígenes de la humanidad y afecta a los latinoamericanos que huyen de la pobreza.
En el caso de Costa Rica, luego de 20 años de intensa recepción de vecinos necesitados, es importante mirar con honestidad el aporte de extranjeros y en especial de aquellos que llamamos “nicas”.
Es fundamental hacer conciencia de que su llegada ha sido percibida como una amenaza para los altos niveles de bienestar alcanzados, sin embargo la cruda verdad es que responden a un requerimiento del trabajo que de otra forma quedaría insatisfecho debido a que la mano de obra local es insuficiente.
Los vecinos del norte, en general humildes y de baja escolaridad, cuentan con tradición cristiana, con valores comunes a la sociedad costarricense, lo que debe facilitar su inserción.
Costa Rica no debe caer en el error europeo, que hoy se constituye como una referencia de decepción y una evidente incongruencia, de los años de guerras, en los cuales el Viejo Continente nutrió de inmigrantes a Latinoamérica.